viernes, 12 de agosto de 2011

Renovarse, o morir...

Apenas unas horas me separan de “la libertad”…
Ocho días que se convertirán en doce por la gracia de las fiestas. Espacio y tiempo para usar a mi antojo.
Insomnio malcurado a pastillazos, que pretendo emplear de la mejor forma. He de encontrar la fórmula mágica que me ayude a alejarme de las pildoritasloscohones. Que mis noches dejen –finalmente- mi cerebro en blanco, que la angustia no me atenace la garganta, que los sueños no se conviertan en pesadillas, que el dolor por lo propio y lo ajeno dé una tregua y al cerrar los ojos, llegue el día al volver a abrirlos.
Agosto aprieta todo lo que no pudo Julio, el ventilador –apenas sonoro- reparte el aire en todas direcciones y parece refrescar la densa oscuridad de mis noches. No añoro las terracitas, ni los jardines que me obligaban a ponerme chaquetitas en los hombros. Mis días transcurrirán entre las paredes de mi casa, ideando como cambiar la imagen total sin gastar un duro más.
Necesito rodearme de un ambiente nuevo, partir de cero.
A lo largo y ancho de mi vida adulta he cambiado seis veces de casa, y la única vez que creí encontrar la definitiva, todo fue tan mal, que perdí la ilusión y no soy capaz de recuperarla.
Esta casa, debería ser la última… Como de costumbre, me resulta imposible asegurar este extremo. No puedo imaginarme un solo traslado más. Las fuerzas han menguado sensiblemente. Estoy llegando al final de mi vida laboral y el horizonte no me muestra nada especial. No quiero pensar demasiado en ello pero este último año y el anterior, han ido perfilando un futuro mucho más negro de lo que sería deseable. ¿Razones? Unas cuantas…
¿Cómo sería la séptima?
Diáfana, minimalista, cómoda. Lo más libre posible de mobiliario y armatostes. Mis libros, mi ordenador, una cama fantástica, una cocina espaciosa, y un salón acogedor con lo justo y necesario…
Necesito un aire nuevo a mí alrededor.
Necesito urgentemente aire fresco.