jueves, 25 de noviembre de 2010

AURORA BOREAL.

La noche es mágica. Ya no tendré tiempo…, pero después de leer el primer tomo de la trilogía “La brújula dorada” ¡¡¡Yo quiero ver la aurora boreal!!
La descripción de su belleza, las lágrimas que derrama Lyra contemplando el cielo, lágrimas que se convierten en escarcha y no terminan de caer... Mi imaginación es desbordante, pero me encantaría viajar al Norte en un trineo. Envuelta en pieles y con un oso acorazado como amigo íntimo.
La película se quedó ahí, en ese primer tomo. Y es imposible plasmar en imágenes lo que allí se narra. La magia que desprende cada capítulo, el canto a la solidaridad, a la amistad.
Estas historias fantásticas me entusiasman si están bien relatadas. Me enganchan desde la primera página y me transportan a retazos a una infancia que me niego a relegar. La vida se encarga de envolvernos en su vorágine y yo me empeño en mantener viva la niña que un día fui. Todo esto camina conmigo a lo largo del tiempo. Y no es nostalgia. Es, probablemente, orgullo de haber vivido esa etapa con la fuerza y la alegría correspondientes a la edad.
Pequeñas frustraciones de entonces fueron colmadas más tarde, cuando llegaron los perros a casa. Mi madre no quería perros, y mi padre nos traía pequeños gatos para compensar. Nunca he tenido buena relación con los gatos desde entonces…
Me encanta la fidelidad incuestionable de los perros, debe ser que siempre he tenido suerte con ellos, que han sido divinos todos. Cariñosos, nobles, obedientes.
Ya saben, insomnia…

lunes, 22 de noviembre de 2010

Palabras negritas deslizándose en el papel inmaculado.

A lo largo de mi vida he escrito tanto… Cuadernos y cuadernos de espiral, llenos de todo aquello que iba sintiendo, de cuanto iba conociendo.
Lo que me gustaba y lo que me hería profundamente, se desgranaba en palabras que salían del corazón sin permitir al cerebro filtrar el contenido.
Que nadie piense que me costaba conectar con el resto del mundo, siempre he sido comunicativa y nunca me faltaron amigos con los que intercambiar palabras. Y pese a todo, siempre tuve mis parcelas personales, mis rincones inalcanzables, un lado oscuro y otro luminoso. Ambos, extremos.
Hoy sé que mi tiempo es mucho más que oro, que no perderé ni un segundo en la estupidez, ni un instante en lo banal, ni un minuto en lo superfluo. El oro de mi tiempo se merece lo mejor.
Ansío que llegue la noche, que sea el momento de ir a dormir…
Mi esperanza es poder dormir de un tirón hasta que el despertador me devuelva al siguiente día, cosa que últimamente, es prácticamente imposible.
El cansancio me vence y con un libro entre las manos me quedo dormida sin apenas darme cuenta. Pero mi sueño no es reparador, no es tranquilo. Todos mis problemas actuales se convierten en pesadillas que me mantienen en “duermevela” hasta que, angustiada, despierto y compruebo que no he tomado mi pastillita mágica… Nunca es tarde, me digo, y me la tomo sin dilación.
Y entonces sí, duermo profundamente hasta que el despertador me vuelve a la vida.
Y lo que quiero es dormir de la misma manera, noche tras noche, hora tras hora. Inconsciente.