viernes, 18 de octubre de 2013

A mi duendecillo.



Se me atribuye la cualidad de “hermética”
¿Lo soy? Creo que no, aunque puede ser… A veces me concentro tanto en problemas insalvables buscando soluciones, que me aíslo irremediablemente. Siento un profundo dolor al tener las manos atadas, no hay forma de que toque el fondo para impulsarme de nuevo.
Y ¿tengo derecho a molestar a quienes me rodean?
Desde mi jubilación por unas cosas u otras, me he ido recluyendo entre estas cuatro paredes y no encuentro una salida. No tengo fuerzas ya, soy mayor y estoy cansada. Después de tantos años de trabajo y lucha, mi futuro no existe.
Siento que no es justo.
Pero ¿quién marca lo justo o injusto? Al final, uno mismo es el responsable de cuanto le sucede. Una fortaleza de roca adornaba mi juventud, el paso del tiempo ha ido suavizando y moldeando esa roca y la ha convertido en un canto rodado.
Pienso en dormir, dormir, dormir… Desde que murió mi hermana una pastilla no ha sido suficiente. Así que voy tomando dos. Amanezco a las seis de la mañana ¡¡y quiero dormir!! ¿Puedo aumentar la dosis?
Puedo, naturalmente, pero dentro de un año necesitaré cuatro, y así sucesivamente hasta que me convierta en un zombi y me vaya golpeando por las esquinas. Pero lo que duermo, aunque insuficiente, es una maravilla que me sume en la inconsciencia absoluta, nada me estremece, nada me despierta, es un estado mágico, casi perfecto. Debería dormir así sin ayuda. Pero no lo consigo. Sin mis pastillas puedo estar hora tras hora viendo el reloj, en una especie de duermevela que me irrita y me obliga a dar vueltas y vueltas en busca de la postura perfecta, anhelando que llegue ese sueño profundo y reparador.
Después mi día transcurre contando las horas hasta que anochezca y me acueste. El tiempo vuela y hoy es viernes de nuevo. Así que la mitad del tiempo transcurre frente al televisor, eligiendo los programas más cotillas que me distraen y me alejan ligeramente de la realidad. ¡¡Reclamo mi cuota de “maruja”!! Y no permito que me hagan una crítica al respecto. Esas vidas tan, tan ajenas, me desplazan un buen rato de mi realidad. Me permiten valorar aspectos que, en otros, parecen despejarme de sombras y me dejan afirmar o negar actitudes, demostrándome que aún tengo valores, que mi cerebro funciona, piensa, resuelve.
Leo cuanto cae en mis manos, y no paro hasta terminar. Devoro libros, devoro TV, y es una forma de creer que no podrán devorarme a mí los problemas, aunque me tengan catatónica.
La semana próxima quizá nos veamos. Y no podré contarte todas las cosas que me ocurren.
Aquí te dejo un poquito de mí.
O de mi presente y mi futuro inmediato, o quizá, lo que te dejo sea una sombra oscura de mí misma.
Pero al final, eso somos todos: luces y sombras.
En la bruma de mi cerebro, tú eres luminosa y yo lo fui un día. ¿Volveré a serlo? Te quiero.