La tristeza es una niebla densa y húmeda que envuelve el alma. Se instala y se acomoda haciéndose dueña del cuerpo, y convierte al ser que habita en un zombi que se desplaza en cualquier dirección como si la vida le hubiese abandonado y, simplemente, se deja llevar.
El tiempo quizá consiga despejarla algún día, entonces, cuerpo y alma saldrán dañados irreparablemente. Pasará factura en algún momento y mientras tanto la vida seguirá pasando sin cambiar el ritmo.
Mi pena es tan honda que tardará mucho en salir –si es que algún día sale- Cuesta mucho enfrentar cada día con la sensación de haber perdido una parte de ti. Mutilada de algún miembro esencial para seguir viviendo. Imagino un larguísimo periodo de adaptación, multitud de cosas que nunca podrás volver a hacer… Aceptar esas carencias, aprender a vivir de nuevo y de distinta forma, y sobre todo, recuperar alguna ilusión, tan necesaria para continuar la andadura.
Empezar a olvidar proyectos apenas esbozados, pero tan lógicos, que cuesta abandonarlos por saber que ya nunca culminarán en nada de lo que pensamos. Ambas.
Quisiera recordar todas las cosas que nos hicieron reír tanto, una a una, sin perder la más mínima. Fueron muchas. Juntas, fuimos especiales. Recuerdo los desayunos de la playa, con nuestros padres, riendo todos hasta saltarnos las lágrimas. Lamento saber, que nunca volveremos a vivirlo.
Si realmente existe algún lugar en el que reposar finalmente, quisiera que estuvierais juntos y felices del reencuentro. Quisiera también que me esperaseis… no creo que tarde mucho. Volveríamos a esos desayunos. Seguro que habrá un karaoke celestial… Y romperemos las nubes cantando “Jalisco, no te rajes”.
Me asusta que esa niebla de la tristeza, se convierta en un traje de neopreno, se pegue a mi piel, y no haya nada que pueda despegarlo.
Me asusta no saber cómo seguir adelante… Ya sabes, Capricornio… Tierra firme bajo los pies, todo bien mascadito, todo seguro, con la mínima concesión al error.
Y una larga vida llena de errores…