domingo, 26 de agosto de 2012

Un año sin tí


Un año entero.

Un siglo eterno.

Un instante para que la vida te dé un trastazo tan inmenso, que aún estoy conmocionada y no termino de creerlo ni entenderlo. Un verano sin ti es suficiente para comprender qué difíciles son todas las cosas que tú hacías sencillas, que el motor se ha gripado y no puede cambiarse por uno nuevo, de manera que habrá que llevarlo al desguace e intentar hacer el camino de otra forma.

Papá y mamá nos faltaron a las dos juntas y, juntas remontamos muchas cosas que hoy no tengo ni fuerzas ni ganas de enfrentarlas sola. Mi hermana, mi amiga, mi confidente, mi cómplice… ¡¡Qué vacío tan inmenso!!

La vida sigue, pero sin ti se ha vuelto una cuesta arriba imparable. La tristeza está instalada en lo más hondo y no hay manera de sacarla y arrojarla lo más lejos posible.

He querido creer en un más allá, te he llamado, te he sentado junto a mí en los coches… Y no creo en nada que me permita el consuelo. ¿Dónde estás? ¿Por qué no me escuchas? ¿Por qué no te veo? El camino –insisto- es muy cansado y muy cuesta arriba. Añoro nuestras conversaciones telefónicas, esas en las que empleábamos más de una hora con lo poquito que te gustaba el telefonito. Pero nos decíamos todo lo que necesitábamos y descargábamos una en la otra. A partir de ese momento, el día discurría de una forma diferente, más animado. Nos entendíamos hasta sin palabras, nena, sólo con mirarnos cuando estábamos juntas. Y me has dejado sola.

Hace mucho que no escribo en este blog, pero hoy tenía que hacerlo.

Es mi forma eterna de sacar lo que me inquieta, lo que me duele. Escribir largo y tendido, desnudar mi alma en negritas. Con el tiempo he aprendido a hablar, pero esto sigue siendo un escape y una forma de gritar al viento.