sábado, 12 de noviembre de 2011

Despedidas...

Ayer fue un día especial. Una despedida casi alegre.
Noviembre, un mes para no olvidar jamás… Mi hija Ana, mi padre-mi Rey más mi hermano Manolo. Todos en el mes de difuntos. Y nunca he ido a un cementerio.  Nunca he llevado flores. ¿Para qué o quién?
Todos ellos y las dos mujeres más importantes de mi vida (mi madre y mi hermana), ya no están.
Mi corazón está repleto de amor por todos, y mi cerebro a tope de recuerdos  alegres y tristes que no quiero que se vayan jamás.
Estimado Sr. Alzheimer, si alguna vez se cruza conmigo, pase de largo y siga su estúpido camino. No le permitiré que vacíe de recuerdos mi cerebro, pienso luchar con usted con las fuerzas que no tengo, pero que sacaré de donde sea necesario. Usted, junto con el Sr. Cáncer y el Sr. Infarto, son elementos que destrozan vidas y que, créanme, podrían desaparecer sin que nadie les echase en falta. Porque aquél a quien se llevan probablemente consiga finalmente la paz y el sosiego que anhelaban, pero a los que les rodeábamos de amor y cuidados… nos marcan de por vida y nos llenan de dudas ¿lo hicimos bien? ¿Pudimos hacerles saber cuánto les queríamos? ¿Dijimos todas las palabras?...
Nunca sabremos las respuestas, nadie vendrá a despejar las dudas.
Váyanse al infierno los tres, déjenme en paz mirar el cielo estrellado y buscar a mi gente que me hace guiños con su luz. Tengo localizada a mi hermana en El Escorial y, estoy segura de que hoy no estará sola, muy cerca de ella habrá otra estrella y cuando les hable, las dos destellarán alegres porque estarán muy cerca una de la otra. Váyanse al infierno.
Yo formo las raíces de mis hijos. Ellos son las ramas que brotan de este tronco nudoso del que algún día se desprenderán para germinar y crear sus propias ramas.
Yo he perdido las mías.
No puedo agradecerles nada a ustedes tres, odio su existencia absurda tanto como odio a las cucarachas, esos asquerosos seres que todavía no pueden justificar su existencia, ya que nadie sabe para qué puñetas sirven y están ahí en todas partes. A decir de los expertos serían los únicos elementos que seguirían vivos después de un desastre nuclear… La vida desaparecería en todo ser racional e irracional, las plantas, los árboles… todos desapareceríamos. Las repugnantes cucarachas repoblarían el mundo.  Menudo futuro.
Déjenme mirar estrellas.
Déjenme buscarles nombre, ponerles cara, identificarlas con quien me dé la real gana.
No se me acerquen.
Pero, si lo hacen, sepan que no permitiré que me consuman gratuitamente, que no dejaré que me conviertan en un desecho dependiente de mi gente, maravillosa. Me ocuparé de no darles ese placer y buscaré la forma de quitarme de en medio lo más rápido posible.
Váyanse al infierno, si existe.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Brillas mientras me apago.

 El insomnio ataca de nuevo. A las cinco de la mañana ya estoy en pie.
¿Sabes? Lo hablamos muchas veces, mi forma de despertarme es rotunda. Abro los ojos y salto de la cama porque no resisto un segundo en ella despierta. A ti te pasaba lo mismo… Herencia materna, supongo.
Anteanoche, en el hospital, después de recorrer pasillos interminables conseguí salir al exterior y fumarme un par de cigarrillos mientras te buscaba en el cielo que, en tu honor, iba despejándose de las nubes que durante todo el día lo inundaron descargando una lluvia fina pero intensa. Allí estabas, tan brillante como en El Escorial. Desde el porche de la casa, sentada frente a la visión de lo que se intuye unas montañas, te encuentro siempre en el mismo sitio. La más grande, emitiendo destellos que imagino guiños dedicados a mí, a hacerme saber que nos arropas un poco a todos.
Te hablo y brillas aún más.
La situación no puede ser más desalentadora. Quizá lo sabes, quizá quieres llevarle contigo ahora, antes de que esa enfermedad monstruosa siga comiéndole por dentro cada día, consumiéndole por fuera poquito a poco. Hazlo hermana, está sufriendo más por su dignidad que por cualquiera de las múltiples secuelas de los tratamientos, más que por el proceso ¿natural? de la maldita cobra venenosa que lo habita.
Anteanoche me recosté en el sofá, dispuesta a estar atenta a cualquier movimiento, y no sé si pude conseguirlo a pesar de no tomar mi pastilla mágica… No estoy segura de haberle atendido al instante… Quizá me llamó más de una vez, pero su voz carece de potencia. Envejezco hermana. Mis músculos y mis huesos protestan cada vez más alto y quiero gritar ¡¡ahora no!! Mientras  me caen lágrimas como ciruelas porque no he podido cumplir con mi palabra. Maldita sea mi empresa. Malditos sean los capitostes  paniaguados de la administración local. Malditos todos cuantos han puesto trabas a mi libertad.
Hoy quizá tenga que llevar al Pepinillo al Hospital… Anoche tenía fiebre y –siguiendo su  costumbre- decidió que la cama era la mejor cura. Apenas sin comer, se acuesta y cree que al día siguiente estará perfecto. Normalmente estará peor, empezará a tener problemas para respirar, perderá las fuerzas, y tendré que subirle al coche a hostia limpia e ingresarle. Bien, así los tendré a los dos en el mismo sitio…
Mujeres fuertes, duras como rocas. Supermujeres agotadas de serlo. Mujeres hartas de ser pilares que lo sostienen casi todo.
Te habla una “supermujer” que se ha cansado de serlo, que se ha cansado de que le digan “no te vengas abajo, tu puedes con todo, si tú te dejas vencer… ¿qué será de mí?” Yo también necesito un pilar en el que apoyarme, soy tan humana como cualquier otra. Me rompo como el cristal de Bohemia, y sí, me recompongo enseguida, pero cada día lo hago peor y siempre queda algún diminuto trocito que se pierde en algún limbo, irrecuperable.
Finalmente, además de insomne impenitente, seré un jarroncito lleno de parches que se vendrá abajo al menor soplo. Yo tampoco quiero llegar ahí, cariño.
¿Quieres saber qué es lo que más me reconcilia con el mundo? El abrazo infinito de Fernando y Raquel, de Laura. Patu es un mundo aparte, porque está en mi vida desde hace mucho tiempo y es recíproco.
Me faltas tú.
Supermujer que no creía serlo. La propietaria de un carisma tan especial, que cualquiera que te conociera te quería a morir y tú no lo sabías. Ahora lo habrás visto desde algún sitio.
Te quiero Ceditas, mi mana, mi confidente, mi compañera de risas y llantos.
No hay un solo día que no estés conmigo.
Insomnio, tú tampoco me dejas un solo día.