lunes, 5 de noviembre de 2012

Casas sin alma...


Me recluí voluntariamente en casa desde el 1 de marzo pasado, apenas paseando por el Escorial, de vez en cuando. A mi casa le falta alma, porque no la siento mía, ni me siento capaz de cambiar cosas, ni tengo dinero para renovar cosas. No puedo soportar ver lo mismo cada día desde hace tantos años…

Mi ánimo bajo mínimos ha ido creando un cercado alrededor, convirtiéndome prácticamente en un borreguillo, sin pastar. Todo cuanto sucede fuera del recinto es un telediario, te cuentan las cosas y las vas asimilando –o no- en función de lo mucho o poco que te afecte.

Pasó el verano agobiante y caluroso, un pequeño  viaje a la casa que mis padres modificaron para darnos cabida a todos, de la que ella fue el alma mientras vivió, pasándole el testigo a mi hermana que, cambió toda su vida por el bienestar de mi padre trasladándose allí. Papá murió unos años después. Mi padre y mi madre nos convirtieron en huérfanas, y juntas, les hemos echado de menos cada día de nuestras vidas. Pero nunca pensamos que había posibilidades variadas, que la vida nos reservaba una sorpresa tras otra y que, de la noche a la mañana, me convertí en mucho más que huérfana: Merche muere.  Inesperadamente. Sin aviso previo. Y la convulsión es tan grande que no termino de levantar cabeza.

Manolo estaba muy enfermo, podía ocurrir en cualquier momento, pero indudablemente la desaparición de Merche aceleró el proceso, y un par de meses después se marchó en su busca, porque no quería vivir más sin ella.

Y volver a esa casa, ha sido una prueba muy dura para todos, pero especialmente para mí que no he sabido vivir allí un solo día sin buscarla.

Ha sido un “veraneo” extraño del que he salido “tocada y hundida”.

Entre aquellas paredes me han faltado todos ellos.

Pero –sobre todo-  su alma. El alma de mi hermana que era el eje sobre el que todas girábamos. No estará nunca más y me cuesta seguir adelante con esa certeza. Y dicen, que el tiempo lo cura todo…

No es cierto.

El tiempo no tiene nada que ver. Se cura uno sólo, si puede. Y no puedo curarme a pesar de intentarlo con toda mi alma.

Vivimos una situación general en el país que va sumando desastres al día a día. Y mi vida se complica y mi futuro más cercano pinta oscuro. Y no recupero fuerzas ni ganas para luchar más, aunque nadie me comprenda.

Tengo que estar dos meses en la oficina. Sin contenido, sin una ubicación concreta, sin ser otra cosa que un mueble sobrante que no puede encajarse en ningún sitio. Mi yo interior, me dice que éste es el pago que recibe el trabajador del empresario… Veintitantos años no cuentan para nada, lo que haya sucedido durante ese tiempo, tampoco. Lo que cuenta es que eres incómoda, y como no pueden mandarte a casa, te buscan las tareas más absurdas y ni siquiera el primer o segundo día. Dos días sin espacio propio de 7:45 a 15:30, que me dejan baldada y dolorida, una fiesta intermedia para recuperarme, y un viernes agotador, aburrido, desesperante. Antesala de un fin de semana que promete más de lo mismo en distinto escenario.

Alf y su mujer en el paro. Mario trabajando en un sitio donde tardan en pagar… y ¿cuál es la solución? Tirar de mamá para todo. Y no puedo más.

NO PUEDO MÁS.

¿Vale?

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